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Reconectar con la naturaleza: un imperativo biológico para la salud integral

Vivimos inmersos en un entorno cada vez más artificial, donde el asfalto ha reemplazado al suelo fértil y la luz azul de las pantallas ha sustituido al ritmo solar que marca nuestras funciones biológicas. No podemos obviar la correlación entre este alejamiento de la naturaleza y el incremento de los trastornos inflamatorios crónicos, los desequilibrios energéticos y el deterioro progresivo de la salud mental en nuestras sociedades.


En un mundo que nos aleja de los ritmos de la vida, la ciencia afirma, lo que nuestros antepasados ya sabían: 


El medio ambiente que nos rodea, no solo sostiene la vida, sino que sana.


En las últimas décadas, por fin se consolida en la comunidad científica la evidencia del contacto con la naturaleza, como regulador clave del sistema inmune, endocrino y nervioso. Estudios publicados recientemente demuestran que las personas que pasan al menos 120 minutos por semana en entornos naturales reportan niveles significativamente más altos de bienestar subjetivo y salud autopercibida.


Pero este beneficio no es sólo psicológico: hablamos de un impacto mensurable en la activación del nervio vago, la modulación del eje HPA (hipotálamo-hipófisis-adrenal) y la reducción de marcadores inflamatorios como la IL-6 y el cortisol.


Como profesionales de la salud sabemos que la biología del estrés se manifiesta cuando se rompe el equilibrio entre, lo que el cuerpo espera encontrar: luz solar, ritmos circadianos, contacto con microorganismos beneficiosos del entorno, silencio, alimento real, descanso reparador, y lo que recibe actualmente en la vida moderna. El cuerpo no está diseñado para el aislamiento sensorial, ni para respirar aire acondicionado durante 18 horas al día. La ausencia de estímulos naturales es, en sí misma, un estresor crónico de bajo grado.



Ecoterapia: la naturaleza como medicina

En este marco, la ecoterapia emerge como una práctica terapéutica con base científica, que utiliza la interacción con el entorno natural como herramienta para mejorar la salud física, mental y emocional. Su enfoque parte de una verdad ancestral hoy validada por la ciencia: no estamos separados del ecosistema, sino que somos parte de él. Intervenir en esta relación tiene efectos terapéuticos profundos.


Un ejemplo paradigmático es el shinrin-yoku, o “baño de bosque”, práctica desarrollada en Japón desde los años 80 y hoy ampliamente investigada. Estudios liderados por médicos inmunólogos, muestran que pasar tiempo entre árboles —sin prisa, con atención plena, respirando profundamente— incrementa la actividad de las células NK (natural killers), esenciales en la defensa inmunitaria, además de reducir la presión arterial, el cortisol plasmático y los niveles de ansiedad. El fitoncidio, un compuesto volátil liberado por los árboles, es uno de los responsables de este efecto inmunomodulador.


El poder regenerador de pisar la tierra o cultivar

Otra dimensión de la ecoterapia es el cultivo consciente o grounding, una práctica tan antigua como la civilización, que hoy recuperamos como medicina preventiva. Meter los pies o las manos en la tierra, observar el crecimiento de una planta, caminar descalzo por la tierra o la playa, mejora la microbiota cutánea y activa circuitos neuronales que estimulan la producción de oxitocina, dopamina y serotonina, facilitando estados de calma, pertenencia y propósito.


La toma a tierra, es una realidad biológica energética necesaria.


Crioterapia natural: menos comodidad, más salud

También está ganando evidencia la exposición voluntaria a estresores naturales, como el frío, una práctica ancestral que hoy conocemos como crioterapia natural. Métodos como los baños en agua helada o las duchas frías breves tienen efectos sobre la norepinefrina y el sistema simpático-adrenal, favoreciendo la resiliencia fisiológica, mejorando la tolerancia al estrés, potenciando la mitocondria celular y reduciendo la inflamación sistémica. No es casual que cada vez más modelos de medicina integrativa incluyan este tipo de prácticas dentro de los protocolos de salud preventiva. Te invitamos a experimentar qué tal te sienta después de tu práctica deportiva matutina, unos minutos de agua fría, de manera progresiva y adaptada a tu contexto personal.


Nuestra fisiología está moldeada para interactuar con la naturaleza, porque formamos parte de ella. 


Caminar descalzos, tocar la tierra, bañarnos en el bosque o simplemente sentarnos bajo la luz del sol, desencadenan una cascada de respuestas neuroinmunológicas que promueven la homeostasis y la regeneración celular.


Incluso se ha propuesto el término déficit de naturaleza para referirse a la desconexión crónica que sufren muchas personas, especialmente en entornos urbanos, y que está asociada con ansiedad, insomnio, déficit de vitamina D, apatía, falta de energía y fatiga persistente.


Como profesionales en cambio de hábitos, debemos recordarte que el bienestar no se alcanza solo desde la alimentación o el ejercicio estructurado.


El entorno es una medicina que se ha subestimado por demasiado tiempo. Por eso te invitamos a recuperar el contacto con la naturaleza y estas prácticas simples pero profundamente reparadoras. 


Queremos que abandones la cautividad moderna que te enferma y reconectes con el ser vital y salvaje que eres, con lo más antiguo que habita en nosotros: la tierra, el aire puro y la luz natural.


Àngels Frías


 
 
 

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