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Grounding: la salud empieza por los pies (descalzos)

¿Y si la salud no comenzara en lo que comes, sino en cómo pisas? No es una metáfora. Es ciencia. Y también es intuición, experiencia y sentido común. Hablamos del grounding, también conocido como earthing, o dicho de otro modo: caminar descalzo sobre la tierra, la hierba, la arena o cualquier superficie natural, permitiendo que nuestro cuerpo se descargue y se reconecte. Literalmente.



¿Qué es el grounding y por qué es tan potente?

El grounding es el contacto directo del cuerpo humano con la superficie de la Tierra. Desde un punto de vista eléctrico, nuestro planeta tiene una carga negativa muy estable. Al estar en contacto directo con él (sin suelas de goma de por medio), nuestro cuerpo puede absorber electrones libres que actúan como antioxidantes naturales. Es como si la tierra nos ayudara a "neutralizar" parte del estrés fisiológico acumulado por la vida moderna.

Numerosos estudios apuntan a beneficios que van desde la mejora del sueño, la reducción de la inflamación, el alivio del dolor, hasta el equilibrio del sistema nervioso autónomo. Pero más allá de lo científico, hay algo que quienes lo practican tienen muy claro: se nota. Y eso, para mí, ya es suficiente para prestarle atención.



Mi historia con el grounding

Durante mi formación en salud integrativa, una de las cosas que más me marcó fue comprender la profundidad de nuestra conexión con la naturaleza. Me di cuenta de que muchas veces buscamos soluciones complejas para problemas cotidianos, sin mirar lo esencial. Y fue ahí cuando apareció el grounding (y la exposción al sol claro, pero ya hemos hablado de esto en artículos anteriores) en mi vida. Como todo lo que aprendo, antes de recomendarlo a nadie, lo probé en mí.


Siempre he sido un tío de andar descalzo por casa, y por supuesto en la playa, pero lo hacía sin consciencia. Sin intención. La primera vez que practiqué grounding sabiendo lo que hacía fue especial. Me detuve. Presté atención. Y ahí lo sentí: una sensación de placer corporal muy clara, como si algo se aflojara dentro de mí. Era una especie de alivio físico, mental, energético. El cuerpo hablaba por sí solo. Y supe que esa sensación no era casualidad.


Empecé a incorporarlo poco a poco, no como una rutina rígida, sino como una especie de impulso natural. Hoy ya no lo tengo que pensar. Si estoy en la naturaleza y las condiciones lo permiten, simplemente lo hago. Me descalzo sin pensarlo. Es como si mi cuerpo me lo pidiera desde dentro, de forma instintiva.


Lo curioso es que cuanto más lo hago, más lo necesito. No desde la dependencia, sino desde la sabiduría corporal. Si me noto sobrecargado, estresado o con la mente acelerada, busco ese hueco para volver a la tierra, literalmente. Y siempre, sin excepción, me siento mejor. Más centrado. Más yo.


Y no me refiero solo a los beneficios que uno puede leer por ahí. Hablo de lo que se experimenta en el cuerpo real. Esa descarga. Esa paz. Esa sensación de que algo se acomoda. Que el sistema nervioso baja una marcha. Que todo fluye un poco mejor.

Si alguien me preguntara qué opino del grounding, no intentaría convencerle. Solo le diría: pruébalo. Pero hazlo con consciencia. Date ese regalo. Hazlo sin expectativas, pero con presencia.



Beneficios del grounding

Aunque no vamos a citar estudios, sí se han documentado beneficios fisiológicos y emocionales al practicar grounding con regularidad:


  • Regula el sistema nervioso autónomo: reduce la activación simpática (estrés) y potencia el modo vagal (descanso y digestión).

  • Mejora la calidad del sueño y la sensación de descanso.

  • Disminuye la inflamación sistémica (clave en enfermedades crónicas).

  • Atenúa la respuesta al estrés y mejora el estado de ánimo.

  • Fortalece el sistema inmunológico.

  • Protección frente a frecuencias electromagnéticas artificiales: cuando estamos en contacto con la Tierra, se produce lo que se conoce como efecto paraguas. Es decir, las frecuencias artificiales no penetran igual en nuestro cuerpo, porque estamos ya conectados al sistema de descarga natural del planeta.


“A veces, basta con quitarse los zapatos para recordar quién eres.”


Cómo empezar (sin complicaciones)

Si nunca lo has probado, no necesitas más que esto:

  • Busca un lugar natural: un parque, un jardín, una playa, un sendero sin asfaltar.

  • Quítate los zapatos y apoya tus pies sobre la tierra.

  • Quédate unos minutos en silencio, respirando y dejando que el cuerpo se relaje.

  • Si puedes, camina despacio, sin mirar el móvil, con atención plena.

Con eso basta para empezar. No es un ritual. Es una reconexión. Es recordar algo que tu cuerpo ya sabe, aunque tú lo hayas olvidado.



¿Y si no tengo naturaleza cerca?

Existen alternativas como las alfombrillas de grounding, que permiten cierta descarga aunque estés en casa o en la oficina. Pero seamos sinceros: nada sustituye al contacto real. Si no tienes acceso frecuente, haz que cada oportunidad cuente. Un día en la montaña puede ser más terapéutico que muchos suplementos juntos.


También puedes aprovechar momentos cotidianos: pasear por la arena, pisar el césped mojado, tumbarte bajo un árbol. Todo suma. Todo reconecta. Cada instante que pasas descalzo en contacto con la naturaleza es un pequeño recordatorio de que formas parte de algo más grande.



Grounding no es una moda

Es una práctica ancestral. Es salud en su forma más simple. No tiene efectos secundarios. No cuesta dinero. No requiere esfuerzo. Y lo más importante: devuelve al cuerpo una información esencial. Nos recuerda que no estamos solos, que pertenecemos a algo más grande, y que volver al origen también puede ser avanzar.


En un mundo de pantallas, cemento y estrés crónico, el grounding es una forma de volver a casa. De reencontrarnos con lo esencial. De recordar que la salud no siempre empieza en lo complicado, sino en lo que hemos olvidado: sentir la tierra bajo nuestros pies.



Una última reflexión

A veces olvidamos que el cuerpo no solo quiere sanar, sino que sabe cómo hacerlo. Solo necesita las condiciones adecuadas. Y a veces, esas condiciones no están en un frasco, ni en una fórmula mágica, sino debajo de nuestros pies.


Volver a la tierra no es retroceder. Es recordar. Es detenerse un momento y escuchar lo que quizá siempre ha estado ahí, en silencio, esperando que le prestemos atención.


Tal vez no se trate de hacer más. Tal vez se trate de estar más. De sentir más. De confiar en que hay una inteligencia mayor que nos sostiene, incluso cuando no la vemos. Y de volver a lo esencial, para reencontrarnos con lo que somos.


JC
 
 
 

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